sábado, 15 de enero de 2011

CONFLICTOS, INDISCIPLINA Y VIOLENCIA ESCOLAR

CONFLICTOS, INDISCIPLINA Y VIOLENCIA EN LAS ESCUELAS

Mg. Arquímedes Veneros Salinas

Uno de los graves problemas que enfrenta la educación en casi todas partes del mundo, sea pública o privada, son las conductas antisociales de un buen número de estudiantes, con incidencia en el ámbito extraescolar y que influyen gravemente sobre los procesos de enseñanza aprendizaje, el clima del aula, la formación integral y el desafío no solo a las autoridades educativas sino, también, a las autoridades policiales y judiciales.

Los estudios sobre la conflictividad escolar se afianzan, mayormente, en aspectos muy concretos como: incidencia de violencia verbal y física entre pares,  grescas callejeras entre grupos autodenominados “collas” y/o “barras bravas”,  disputa de enamorados (as),  supremacía de liderazgos personales e institucionales, violencia familiar y familias disfuncionales,  discriminación racial entre otros. Conductas criticables que tienen su correlato en los medios periodísticos sensacionalistas, quienes destacan  el violentismo escolar callejero, los asesinatos selectivos, la corrupción a todo nivel y que casi nunca se refieren a una visión general del fenómeno antisocial en el marco escolar y neoliberal mostrando un claro abandono de su responsabilidad social. Son evidencias claras de un contexto social en crisis y que avanzan, peligrosamente, hacia  una descomposición institucional o social y hacia la negativa de  aceptar cualquier tipo de autoridad educativa y/o social.  

Fernández, I. (2003), sostiene que: “es verdad que una interpretación simplista podría aducir que es la escuela la que ha cambiado, lo cual es absolutamente cierto, pero hemos de reconocer que la escuela está inmersa en una sociedad que traslada su problemática a esta institución”, afirmación que evidentemente concuerda con la realidad política, social y económica de nuestro país y de las instituciones educativas; impactadas por la elevada conflictividad social producto de la lucha de intereses contrarios de los grupos sociales y político-partidarista y de expectativas insatisfechas.

Ruiz, C. (1990), afirma que: “El fin de la educación es promover la autonomía de los alumnos(as), en aspectos cognitivos e intelectuales, así como en su desarrollo social y moral. Por otra parte, en esta etapa (12 a 16 años) los alumnos(as), experimentan cambios severos, en tal sentido la educación aportará los elementos educativos de orden cognitivo, afectivo, social y moral para favorecer un desarrollo equilibrado y una incorporación a la sociedad con autonomía y responsabilidad”. Tal afirmación correlaciona el derecho a la educación de calidad y el compromiso del estado para promoverlos sin discriminación,… ¡más allá de colegios mayores o menores!

En tal sentido, al igual que los padres de familia, el rol fundamental de los docentes, en este periodo de cambios físicos y psíquicos de los adolescentes, es propiciar la consolidación de actitudes positivas hacia el estudio, la convivencia escolar, el desarrollo de habilidades sociales, etc., es decir; educar con el ejemplo, que vale mucho más que las palabras o la tiza sobre la pizarra.

Enfrentar, controlar y resolver dichos conflictos no es tarea fácil para los  docentes, esto requiere conocimiento previo por parte de ellos y de los padres de familia. En esta perspectiva el maestro y los padres de familia deben asumir que los conflictos son inevitables; ya que crecen o desarrollan en nosotros mismos, en cualquier lugar y por diversos motivos. En consecuencia, los conflictos, pueden minimizarse y/o gestionarse aplicando estrategias adecuadas y asumiendo algunos estilos como: evadiendo, acomodando, compitiendo y comprometiéndose  a enfrentar el problema y no a la persona.

No olvidemos que, conocido un conflicto, debemos actuar con rapidez en la toma de medidas correctivas para evitar que las normas de convivencia pierdan sentido y efectividad educativa, es decir debe enseñar a asumir las consecuencias de su incumplimiento. Por tanto se debe evitar el burocratismo entre una denuncia y la resolución del problema, propendiendo a que ninguno pierda sino que, al contrario, las partes involucradas ganen. 

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